Opinión | LA RUEDA

Temas trascendentales

Ante la vorágine de temas que, con harta frecuencia, llenan las páginas de noticias, uno queda perplejo de las contrariedades y réplicas que se producen en los medios.

Hay, en cambio, temas cotidianos que no proliferan con esa frecuencia informativa y que, sin embargo, conciernen a la humanidad entera, sin excepción. Este es el tema de la muerte que, desgraciadamente, he sufrido recientemente en un familiar querido, mi esposa, y que me incita a reflexionar con el mayor sentimiento y la conciencia de la fe. El admirado Borges se lamentaba cuando decía aquello de «¿es posible que yo, súbdito de Yakub Almansur, muera como tuvieron que morir las rosas y Aristóteles?». Así es, admirado poeta y filósofo. Nadie se libra, pese a que nos duela tanto.

En nuestro nacimiento está implícita la muerte, pensemos en ello o no. Incluso en culturas y religiones diversas se inscribieron prácticas y nominaciones relacionadas con ella. Los romanos erigieron a Libitina como diosa de los funerales, del inframundo y del entierro; los griegos contaban con Thanatos, personificación de la muerte. Otras culturas y religiones tuvieron sus respectivos representantes.

Comprender la vida, ¿cómo, cuándo?

Para el cristianismo la muerte es un paso, una transición que permite acabar en la siguiente vida: la resurrección. «Yo soy la resurrección y la vida —dice Jesús—; el que cree en mí no morirá eternamente». Esa es la fuerza de la fe. «Más allá de cerrar los ojos para no verla o dejarnos cegar estremecedoramente —afirma Savater—, se nos afirma la alternativa mortal de intentar comprender la vida». Pero, ¿cómo, cuándo? Generalmente resulta imprevisible una y otra pregunta.

Profesor