Opinión | COSAS MÍAS

Carolina y Alfonso

No es usual que en esta columna me ocupe de temas personales de índole social, pero, como bien dice el refrán, una golondrina no hace verano. Así que a él me acojo y a la indulgencia de los lectores.

La semana pasada asistí en Valencia a la boda de dos queridos amigos: Alfonso Tebar, a quien tengo como a un hijo (como a su hermano José Ramón) y su encantadora y preciosa prometida, Carolina. Fui agasajado con un afecto entrañable y familiar y ello supuso que lo pasara muy bien. De entrada, un millón de gracias por el afecto de todos.

Si algo fue especialmente significativo en el ágape fue el baile que siguió al banquete, en el que la pareja de recién casados ofrecieron demostración de rítmico estilo, con soltura, gracia, plasticidad dinámica y compenetración de reloj suizo. Daba gusto verlos, en un vínculo que destilaba enamorada alegría.

Seducción

La danza tiene una relación vinculante, en la que el contacto de los dos cuerpos, las evoluciones y la sugestión de la música, a cuyo dictado se mueven las anatomías, generan un lazo de seducción que trasciende y embelesa a los que contemplan la exhibición. Este fue el caso. No hace falta más ritual para ver la felicidad que emanaba el dúo. Su actitud tenía un mensaje para mí muy bien conocido, que aprendí en brazos de la que tuve la suerte de tener por esposa. Una bailarina de tanta talla como lo podía ser Carolina, a la que en su día, le daba réplica este gato con botas, que no puede acercarse en soltura y gracia a la de Alfonso, pero no tenía menos anhelos que él, por la mujer que le había tocado en suerte. Felicidades.

Cronista oficial de Castelló