Opinión | carta del obispo

Renovación interior

En los meses de verano, muchos disfrutarán de vacaciones. Son días privilegiados para el descanso físico y psíquico. También nuestro espíritu pide descansar para renovarse.  

Las vacaciones ofrecen una gran oportunidad para la reflexión y para encontrarse consigo mismo. Las ocupaciones a lo largo del año dejan poco espacio para detenerse, reflexionar y cuidar nuestro interior. Muchas personas, llevadas por el ambiente y la publicidad, quedan absorbidas por expectativas, que no surgen de sí mismas ni elevan a una vida más humana, noble y digna. El estilo de vida que se propone aparta de lo esencial e impide descubrir y cultivar lo que somos y podemos llegar a ser; no nos deja llegar a ser nosotros mismos, bloquea el desarrollo libre de nuestro ser desde la verdad, el bien y la belleza. 

El hombre contemporáneo parece cada vez más indiferente a lo importante de la vida, a las grandes cuestiones de la existencia. Poco a poco se va convirtiendo en un ser superficial e individualista y cerrado en sí mismo. Los grandes objetivos y los ideales pertenecerían al pasado. Lo importante sería tener, pasárselo bien y vivir el momento.

Surge así un ser humano perfectamente adaptado a los patrones de vida impuestos desde fuera, pero incapaz de enfrentarse a su propia existencia. La vida se va vaciando de su verdadero contenido. El individuo se queda sin horizonte, sin metas, sin referencias, sin vida interior, sin Dios y sin más allá. Pero este tipo de ser humano se siente insatisfecho y vacío interiormente.

Los días de vacaciones ofrecen una oportunidad preciosa para buscar respuestas a los grandes interrogantes de la existencia humana: quién soy, de dónde vengo y hacia dónde camino, y para qué estoy en esta vida. Para ello es necesario propiciar momentos de silencio interior. Es ahí donde uno se encuentra consigo mismo y llega a percibir la voz de Dios. Nuestro corazón no descansa hasta que descubre a Dios y descansa en Él. Todos buscamos la felicidad. Pero esta no se puede conseguir si no se va a la fuente de donde mana, que no es otra sino Dios.