Opinión | MIRADA ABIERTA

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La rápida proliferación de las viviendas turísticas ha traído consigo efectos negativos, como la alteración de la convivencia o el incremento de los precios de venta y de alquiler, trasladando las dificultades a la población residente. El rechazo social ha ido en aumento manifestándose, en ocasiones, en indeseables conductas y mensajes de turismofobia.

Ayuntamientos de diferentes latitudes y colores políticos, desde Nueva York a Santiago de Compostela, pasando por Florencia y Valencia, han respondido a la creciente presión social estableciendo medidas restrictivas al uso turístico de las viviendas.

Los gobiernos municipales han actuado reactivamente ante las dimensiones alcanzadas por el fenómeno en muy poco tiempo, sin disponer del necesario para producir un incremento de viviendas disponibles para responder al malestar ciudadano.

Aquellos municipios en los que el fenómeno es aún moderado tienen la oportunidad de anticiparse al problema, estudiar las respuestas de los que ya están actuando, comprobar la eficacia de las medidas adoptadas, trazar un programa de acción para ordenar los usos a través de las normas urbanísticas y dotarse de los instrumentos de inspección para su cumplimiento. Todo ello orientado por una voluntad de convivencia entre los usos cotidianos de la urbe y los turísticos. Debe evitarse que el éxito turístico venga acompañado del empeoramiento de la calidad de vida de los residentes permanentes.

En expansión

Y, en mi opinión, esta es la situación de la provincia de Castellón, donde el turismo está en expansión, aunque su peso relativo todavía es inferior a la media autonómica. El aumento de la actividad turística ha favorecido un crecimiento del 44% de las viviendas turísticas en los últimos cuatro años hasta disponer de una capacidad para cerca de 70.000 personas. ¿No convendría que los municipios castellonenses se pongan a generar un marco de coexistencia de usos que integre, con inteligencia y racionalidad, el turístico antes de que lo tengan que hacer presionados por el malestar? Todavía están a tiempo.

Economista