Opinión | VIVIR ES SER OTRO

El mejor futbolista (I)

Esta es, con toda seguridad, una de las columnas más fáciles de escribir de cuantas han aparecido por aquí. Tal vez por ello llevo ya no sé cuántos comienzos descartados. Me cuesta arrancar, como el cinco que trata de regatear al rocoso rival, que no encuentra la manera, el hueco, y acaba inventando el caño doble: te la cuelo por entre las piernas y luego regreso de vuelta. Una inutilidad. Juegos florales para entretener al público que en realidad nada aportan a la supuesta victoria.

Ese regate existe. Dicen que existió. Algunos lo vieron pero no ha quedado constancia gráfica. Les estoy hablando de fútbol, claro, de uno de los genios que lo practicaron. Me refiero a un jugador argentino, de Rosario. ¿Adivinan su nombre si les digo que le consideran un fuera de serie, de los mejores de la historia? Todos ustedes piensan en Lionel Messi. Y se equivocan.

Dicen en su ciudad natal, una de las más pobladas y pobres de esa Argentina rebosante de talento las más de las veces desperdiciado, que en los setenta y principios de los ochenta se desempeñó por las canchas de Central Córdoba, el tercer equipo rosarino, habitual de la segunda categoría o de la tercera, un futbolista legendario que merecía todos los calificativos, incluidos los más excelsos, hasta unirlo al de un puñado de artistas del balón que todos conocemos de sobra: Pelé, Maradona, Di Stéfano, Cruyff.

Pues resulta que gente seria del fútbol, que entiende de esto y lo ha demostrado, como Bielsa, Pekerman o Menotti le pueden mirar a uno a la cara y decir que el más grande de todos no es ninguno de los anteriores sino el de un mediocentro de cabellos desaliñados, bigote, y piernas largas y delgadas que jugó allá por los setenta.

Les hablo de Tomás Felipe el Trinche Carlovich. Algunos lo consideran como uno de los gigantes de la historia del fútbol.

Lo más asombroso del caso es que este desconocido deportista solo jugó un partido en primera división, jamás vistió la remera nacional y aún así…

Anécdotas

¿Recuerdan de qué modo comencé hoy? Cómo se puede glorificar hasta lo máximo a un desconocido en un deporte tan globalizado y mediático como el fútbol, careciendo de datos objetivos, con unas estadísticas mediocres, una carrera semiprofesional; sin reconocimientos, títulos, internacionalidades… Entenderán que la columna se escriba sola. Necesito poco para completarla: soltar alguna de las anécdotas que rodean el carácter legendario del Trinche. Que si prefirió irse a pescar antes de acudir a la convocatoria de Argentina, que si los compañeros debían ir a buscarlo a casa antes de los partidos, que si apenas entrenaba (o según algunos, que no lo hacía nunca), que si una vez jugó tocando la pelota solo con el tacón, que si Pelé vetó su fichaje por el Cosmos para que no le hiciera sombra… Hay más, como la invención del regate del doble caño que citaba al principio.

Qué puede aportar un columnista aquí. Poco: sembrar la emoción y tratar de conducirla hacia algún lugar interesante. Será la semana próxima porque hoy di vueltas sobre la nada. Gambeteé como el Trinche, carajo, y me quedé sin cancha. ¡Che!

Editor de La Pajarita Roja