Opinión | SIN RESERVAS

Europa y la verdad

Se han venido arriba tras los resultados de las elecciones europeas y las derechas extremas ya actúan sin careta ni lealtad institucional. Por eso Isabel Díaz Ayuso se reviste de Jefa de Estado para condecorar sin complejos al ultra liberal Javier Milei, al que no quiere recibir ni su jefe de filas. Con un par de frutas, si señor, que para eso manda ella. Son varias las claves que explicarían el ascenso de la ideología que encarnan Marine Le Pen en Francia, Giorgia Meloni en Italia, Alice Weidel en Alemania (tres mujeres en los tres principales países de la Unión Europea), Santiago Abascal en España, o Viktor Orbán en Hungría, el repóquer de la internacional ultra europea con el que coquetea Ayuso. En primer lugar, el desgaste de las dos grandes ideologías que han gobernado Europa las últimas décadas.

Por un lado, la democracia cristiana y sus aliados liberales o conservadores; pero, sobre todo, el hundimiento de la socialdemocracia que llevó al viejo continente a sus más altas cotas de welfare state. El estado del bienestar ha saltado por los aires y los grandes partidos socialistas en Francia (PS), Italia (PSI) o Grecia (PASOK) han dejado de ser determinantes jugando papeles residuales en las políticas domésticas y en sus aportaciones al parlamento de Estrasburgo. Incluso el SPD, el Partido Socialdemócrata Alemán que gobierna en Berlín con el canciller Olaf Scholz, gracias a su coalición con los Verdes y el FDP, vive sus peores resultados europeos relegado a la tercera fuerza detrás de la CDU y los neofascistas de Alternativa para Alemania. En ese sombrío panorama para la socialdemocracia europea, solo el PSOE aguanta el pulso de las urnas en un escenario de soledad que se hace más evidente tras el brexit y la desvinculación del Partido Laborista inglés de los asuntos comunitarios.

Incertidumbres

Esas dos grandes corrientes ideológicas han sido incapaces de dar respuestas válidas a las grandes incertidumbres que se cernían sobre sus ciudadanos: la crisis migratoria, la seguridad, el libre comercio y el cambio climático. Ese fracaso ha sido el abono para propuestas populistas que han calado en una gran mayoría de europeos desafectos. La culpa es del otro, siempre; y, como promulga Trump, lo mío the first. Si además hay por medio una pandemia mundial en la que se da rienda suelta a todo tipo de teorías conspiratorias y dogmas negacionistas, ya tenemos el puzzle completo.

A esa realidad se suma la otra clave que ayuda a entender la actual situación, el auge de la desinformación que tiene entre los jóvenes a sus más adictos consumidores. El monopolio de los medios de comunicación clásicos como garantes de la información veraz y contrastada también ha saltado por los aires. Ya no cobra sentido la frase de mi abuela: «Deu de ser veritat, xiquet, perquè ho ha dit el Telediari». Las redes sociales más tóxicas han ganado la batalla de los bulos y si es cierto eso de que somos lo que leemos, resulta dramático comprobar donde leemos.

No es una batallita de periodistas, es el gran reto que tenemos los periodistas: recuperar credibilidad a fuerza de ganar la batalla de la verificación. De decir la verdad y hacerla llegar a los ciudadanos.

Periodista y escritor